Vladimir Aguilar Castro
Universidad de Los Andes
Centro de Estudios Políticos y Sociales de América Latina (CEPSAL)
Mérida-Venezuela
En España habrá elecciones de nuevo.
A pesar que por primera vez en su historia democrática (menor por cierto que la de Venezuela) un parlamento dura tan poco tiempo, el país continua funcionando sin que la crisis política se traduzca en crisis social.
Muchas han sido las expresiones políticas que aparecieron en la conformación del nuevo parlamento. Lo que más llama la atención es la presencia de minorías nacionales y de partidos emergentes. Uno de ellos es Podemos.
Otrora fundación civil sin fines de lucro, se convirtió en uno de los centros de la intelectualidad tarifada en Venezuela en tiempos de Chávez. Una revolución puede ser defendible siempre que por ello se pague, y se pague bien.
Los personajes de Podemos juegan al encanto de los electores en un país que exige un cambio en la conducción del Estado. Sin embargo, las experiencias latinoamericanas nos dicen que no todo lo que brilla es oro.
En efecto, esta pseudo izquierda con ribetes populares y de bonapartismo “tiers monde” una vez en el poder, no es opción en tiempos de transición. La supuesta “pureza” de sus propuestas indica que el camino que se empieza a trajinar no tiene nada de alternativo, salvo las consignas y panfletos que dicen representar.
“Vino nuevo en odres viejos” reza el dicho. Los de Podemos pretenden argumentar una nueva política en un país carcomido por la vieja política. No obstante, este partido, tal como lo señala Gaspar Llamazares, “es un planeta desconocido que hoy es de izquierdas, mañana es de derechas, pasado es transversal y al otro es populista”.
Esto último quizás sea el principal paralelismo que se pueda hacer con Venezuela. El chavismo, como buen planeta con satélites, ha orbitado de algo desconocido, un poco hacia la izquierda, luego a la derecha, continuando de manera transversal hacia el populismo, hasta tener hoy incluso expresiones fascistoides.
La dificultad que ha tenido Podemos en hacer gobierno demuestra su incapacidad para cambiar y actuar en democracia. Y tal como ocurre en Venezuela, donde no hay razón democrática tampoco hay razón de Estado.